Wednesday, September 7, 2016

Esa noche no

A las tres de la mañana y acompañada del olor de un cigarro que no existe, busco desesperada mis piernas sólo para encontrarlas escondidas entre las sábanas. Debajo de mi pijama siguen mis brazos, mis rodillas, mis manos y los dedos de mis pies. También están mis cabellos y las 10 uñas que protegen los dedos de mis manos.

Me concentro en el olor inigualable que expide la noche en una ciudad colonizada por grandes edificios, por las prisas y los trajes con corbata. Me gusta saborear el olor de la incertidumbre, y a mis 20 años, el indiscutible aroma a expectativa- que algunos confunden con ingenuidad- y que invade mis noches de insomnio.

Tumbada sobre un colchón aguado me queda claro que no soy la solución. A veces soy la tristeza, muchas veces la ansiedad, algunas la felicidad y de vez en cuando me gusta convertirme en la esperanza.

Me pongo las pantuflas y me dirijo a la cocina por un vaso de agua. Abro la pequeña ventana que me separa de la noche y me imagino en la playa. Debo de confesar que siento una innegable atracción al mar, a los recuerdos acumulados de los días sentada en la arena, al olor húmedo y por alguna razón me he enamorado del arrullo de las olas en un día de mucho viento.

Pero, mas allá de la costa, me imagino fundida en el vaivén de las olas. Me escapo en la ligereza del líquido que me esconde y que borra mis huellas cada dos o tres segundos. El agua para mí es un escape, es un compañero. Es el sabor en la boca de agua salada en mi niñez, los tragos de agua después de una presentación o las lágrimas incontables que he derramado los últimos años.

Dejo el vaso en el lavavajillas y me apresuro al baño. Paso por el cuarto de mi padre quien duerme con un brazo sobre los ojos, como queriendo esconderse. Sentada en el retrete me pregunto cómo habrá sido de joven; cuándo es que se dio por vencido, cuándo es que se abandonó, que nos abandonó. Mi padre es la figura de lucha, de dedicación y trabajo. Es el arquetipo de una vida de apariencias y que busca la felicidad en lugares incorrectos. Mi papá era feliz, pero mi mamá ya no está.

Salgo y al doblar la esquina, uno de mis dedos del pie se atora en las patas de aquel arcaico aparato musical que algún día heredo mi mamá de la abuela. Y así es justo como recuerdo a mamá: con coraje por que me duele el golpe pero con una sonrisa porque me encanta la música. La recuerdo tan amorosa, llena de vida e ilusiones. Reproduzco en mi cabeza nuestra ultimas conversaciones envueltas por el cálido aroma a café y sueños que sé que ya no habrá más.

Vuelvo a mi colchón. Vuelven mis piernas, mis cabellos y mis lágrimas. Cierro los ojos y antes de caer en sueño profundo recuerdo las clases y pláticas a las que asistí en mi intento por decidir una carrera. Tanto mi padre, como el sistema de educación me insistían en “emprender”. ¿Qué? Salir adelante por tus propios medios, con tus esfuerzos y tus batallas. Librarla de una sociedad corrupta y egoísta.
De pronto abro los ojos y veo el reloj. Son las tres de la mañana con un minuto y me doy cuenta que no estoy sola. Me rehúso a caer en la soledad y la soberbia. No soy yo nada más. Soy la suma de mis experiencias, de mis tristezas y mis logros. Soy mis amigos, mis hermanas, mis padres y mis pasiones.


Sunday, September 13, 2015

Penélope

Seis años de edad y estoy acostada en la cama de mis padres que me parece infinita. Era de esas grandes, queen size con sábanas blancas que parecían nubes. Podía ser el mediodía porque el sol se colaba por la ventana enorme del cuarto. Estaba tirada en medio de semejante colchón, con las piernas extendidas, los brazos a lo ancho en posición de derrota o pleno descanso. Debería estar soñando profunda y rotundamente que hasta el sudor corría por mi frente. De esos sueños que disfrutan los niños, de esa tranquilidad plena que nunca invade la preocupación. Justo en frente de la cama está aquel librero alto, gordo y de madera, con un estéreo que amenizaba tantas mañanas en las que mi mamá se arreglaba y bailaba.

“Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo camino, camino sobre la mar”, me cantaba mamá mientras me arrullaba en el mar blanco de sábanas y la veía sonreír y cantar.

Tengo 8 años y abro la puerta de mi antigua casa. Era grande, de madera y muy pesada. Doy un paso adentro y me invade el olor a comida casera. Ya me imagino a mi mamá en la cocina, pala de madera en mano y la sonrisa, esa que siempre me recibe. Y allá, en el estéreo, su fiel acompañante, cantándole al oído:
“Yo amo los mundos sutiles ingrávidos y gentiles como pompas de jabón”. Ella se enamoraba y decía que era poesía, yo sólo me reía al imaginar unas pompas llenas de jabón.

A los 12 años y trece horas de vuelo después aterrizamos en Barcelona y nos perdemos en los callejones catalanes. Son las 9 o las 10 o alguna hora de la noche fresca que ha dejado la lluvia. Las luces amarillas iluminan el suelo empedrado y mi hermana guía el camino, nosotras, las turistas atrás. De repente, mi madre grita emocionada, brinca y se pega a la ventana de un pequeño restaurante en una esquina. Que vergüenza, pienso. De todas maneras nos acercamos. Como olvidar su cara, los ojos le brillaban y la boca sonreía hasta las orejas. Del otro lado de la ventana estaba un hombre que ya con el ceño fruncido aparentaba más de 50. Ni él ni nosotras entendíamos. Hasta que allá, a lo lejos y cerca de la cajera del lugar, estaba un póster de su fiel cantante, su compañero. –¡Serrat!- gritó y se le mojaron los ojos. Poco a poco se alejó de la vitrina, un poco decepcionada, un poco consternada pero satisfecha. El poeta de las mañanas y ella en su ciudad natal. Sabía que era lo más cercano a él, y sin embargo, era suficiente. Como si le agradeciera a la vida por hacerla sentir viva.

“Hace algún tiempo en ese lugar donde los bosques se visten de espinos se oyó una voz de un poeta gritar caminante no hay camino se hace camino al andar”.

Tengo 15 años, y como cada noche, las hormonas me recuerdan lo poco que me entiende mi madre. Me recibe una nube de humo, el delicioso aroma a cigarro, la luz bajita y las voces de mamá y Gaby –su amiga de siempre-  cantando junto a la voz del catalán que sale de aquel viejo aparato. Están inmersas en la plática, arreglan el mundo, lo descomponen y se entienden.  “Golpe a golpe, verso a verso”.

Estás acostada en tu cama, en esa queen size que ahora me parece tan pequeña. Mi edad ya no importa, ni la tuya. Ya no está el humo del cigarro, están los aparatos. Tampoco el estéreo, lo remplazó el arsenal de medicinas. Te busco entre tus pupilas y ya no encuentro las noches españolas llenas de emoción. De todas maneras saco tus discos, tu colección que permanece guardada junto a tu buró con la esperanza de poderlos volver a cantar. Se mueven tus labios en un intento de sonrisa y tus dedos al ritmo como si fueran piernas. Sigues aquí pero ya no.

“Murió el poeta lejos del hogar le cubre el polvo de un país vecino al alejarse le vieron llorar caminante no hay camino se hace camino al andar”.

Hoy vuelvo a tener 20 años. Mi cama es matrimonial y el estéreo acumula polvo en algún lugar de la casa. El librero está ahora frente a mi colchón. Qué ironía. Y tu ya no estás. Ya no bailas, ni gritas ni te emocionas con aquel poeta que algún día descubriste y que yo apenas empiezo a entender. Hoy a Serrat lo escucho sola en mi teléfono o en la computadora. Lo escucho mientras te imagino que fumas a un lado de mí, me abrazas y sonríes porque al fin comprendo las letras del viejo.

“Caminante son tus huellas del camino y nada más. Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar”.






Friday, April 24, 2015


"A veces, solo a veces...
Retirarse no es rendirse,
ni estar en contra es agredir.
Cambiar no es hipocresía
y derrumbar no es destruir. 
Estar a solas no es apartarse,
y el silencio no tener qué decir.
Quedarse quieto no es por pereza,
ni cobardía es sobrevivir.
Sumergirse no es ahogarse,
ni retrocedes para huir.
No se desciende trastabillando,
ni el cielo ganas por bien sufrir.
Y las condenas no son eternas,
ni por perdones vas a morir.
A veces, solo a veces...
Hace falta lograr soltarse,
izar las velas, abandonarse,
dejar que fluya, que el viento cambie,
cerrar los ojos y enmudecer"
M. G. Mungia






"Ni todos los árabes son terroristas, ni todos los periodistas
paladines de la libertad de expresión. 
Ni todos los argentinos son insoportables, ni todos
los judíos usureros, ni todos los mexicanos huevones,
ni todos los rusos borrachos, ni todos los curas 
abusadores de niños.
Incluso creo que ni siquiera todos los policías son transas.
Ni todos los negros son pandilleros,
ni todos los blancos son decentes.

Son sólo viles reduccionismos que fueron inventados
para que nos den miedo "los otros",
 los que no son iguales a nosotros.
¿En qué momento se comenzaron a utilizar 
etiquetas maniqueas y tramposas?

No satanizo, ni le temo a los unos ni a los otros.
Estoy en contra del terrorismo fanático pero
también del terrorismo de estado,
Yo soy Charlie pero también soy Ahmed.
Soy Nestora y Mireles, soy 43 y soy Solalinde,
soy migrante guatemalteco, salvadoreño, hondureño. 
Soy chilango y soy seri.

Soy todos para poder ser yo.
Y en el reflejo de la mirada del otro, tan sólo
encuentro mi propia mirada.
Una mirada triste frente a una civilización que se derrumba"
Benito Taibo